"El príncipe feliz", Oscar Wilde
- Bárbara Lizasoain
- 1 jul 2016
- 2 Min. de lectura
El príncipe feliz es de esas historias que en un comienzo crees que son para niños y que cuando terminan te dejan abrumado por el nivel de enseñanza que pretende dejar.
En doce páginas, Wilde logra englobar todo lo que es la ceguera de las personas ante tantas cosas que suceden día tras día. Nos muestra la desigualdad de su ciudad, la arrogancia de unos, la humildad de otros y cómo hay especímenes, en este caso retratados en una golondrina, que dan sus vidas para mejorar, aunque sea un poco, el mundo de quienes alcancen a ayudar.
Una golondrina despechada se despide tardíamente de su ciudad para emprender el vuelo hacia Egipto y escapar así del crudo invierno de su ciudad. En el vuelo previo al inicio de su viaje, la golondrina reposa en una estatua para pasar la noche, cuando empiezan a caerle gotas encima y se da cuenta que la estatua llora.
Esta estatua es muy especial, recubierta en oro y con muchas joyas entre sus ojos y espada, le pide a la golondrina que vaya sacando pedazos y los reparta con quienes lo necesiten, a lo que la golondrina accede un tanto reacia ya que le duele despedazar a ese tierno y amable príncipe.
En toda esa sección podemos ver todo lo bueno de esa parte de la población que ayuda a los demás, muchas veces a un gran costo personal.
Pero luego, Wilde también nos muestra el lado menos amable de la historia, cuando el alcalde y las personas que lo siguen repara en esta estatua tan fea a la que ya no le queda oro o joyas por mostrar, por lo que pide que la retiren y utilicen los materiales para crear otra estatua.
En esta parte de la historia se puede ver la ceguera y la utilización de los símbolos, mientras son hermosos y atractivos, o tienen valor monetario las personas prácticamente no reparan en ellos, pero en el minuto que pierden atractivo (aunque sea porque lo dieron todo para ayudar a los demás), dejan de ser útiles y “bellos a la vista” por lo que son botados y abandonados. Es una imagen muy perturbadora por lo realista que es y Wilde logra bajarla a un lenguaje simple y sencillo, pero elegante.
Además, tenemos la amistad entre la golondrina y la estatua, que finalmente representan el enorme esfuerzo que se realiza para poder ayudar a unos pocos y lo desgastante que puede ser luchar solos contra muchos.

Es un cuento corto con mucho valor dentro y no me extraña para nada que todos los críticos lo cuenten como uno de los mejores que tiene Wilde.
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